LOS OJOS DEL OLVIDO
En septiembre del 2004 cruzaba el Salar de Tunupa, popularmente llamado de Uyuni, en la región Boliviana de Potosí. Atravesar ese espacio supuso recorrer más de 100 kilómetros sobre una superficie totalmente blanca y sin apenas referencias. Solo algunas pequeñas islas y sus cardones sobresalían de ese inmenso mundo casi irreal. Bajo mis pies, la sal se acumulaba en grosores superiores a los 120 m. El cielo era de un azul muy intenso, el suelo níveo y la temperatura entre los 30ºC de su día y los -20ºC de su noche.

En las cercanías y ya fuera del salar llegaba a Colchani, un pequeño reducto del altiplano a casi 4000 m. de altura. Allí, lejos de cualquier lugar, veía jugar a unos niños con el polvo y las piedras de una calle cuarteada por las inclemencias del tiempo. Se habían levantado apenas con las primeras luces, a varios grados bajo cero y se habían vestido con las mismas ropas de colores que usaban cada día, además de sus sandalias o zapatos rotos y descubiertos. Sus padres trabajaban en las explotaciones salinas y ahora no estaban en la población. Estaban, sencillamente, solos. El sol caía a plomo y se mezclaba con la brisa helada de las alturas enrojeciendo sus rostros. Durante unos instantes detuvieron su actividad y me miraron muy quietos, alineados y en silencio. Por un momento no vi niños sino muñecos de trapo y observé en sus ojos el olvido de esas tierras. Levante mi cámara tímidamente y les hice algunas fotografías, tal como la que se muestra al inicio de este texto, intentando recordar esa sensación. Podría haber escrito su historia en apenas cuatro líneas pero sus miradas escondían todo un libro; había algo de adulto en ellas.

Abandoné aquel lugar y ahora, años después, puedo decir que he visto esa misma mirada en muchos niños de otros continentes y países, sin dejar de preguntarme, una y otra vez, que pudo ser de la vida de aquellos, o de estos otros, pequeños muñecos de trapo…

© 2012 Miguel F. Martín