Pierdo la mirada,
y tres gotas de agua
brillan en la boca de un vaso.
Anuncian que aún hay sol,
que aún hay día.
Más allá, junto a la puerta,
en un triste agujero,
se ha clavado un rayo huérfano,
por el que resbalan tediosas,
las pelusas del universo.
Se oye a los chiquillos jugar,
distantes, allá en el parque,
y un balón perdido rebota,
solitario, en mis sueños…

Hoy la noche será breve,
la más corta del año.
Dicen que la magia
agarrará candelas,
que se vestirá de fiesta,
que andará las calles haciendo
cabriolas por entre centellas.

Hoy, se venden alegrías a granel,
en forma de cohetes y petardos.
Los colores de las cocas,
las burbujas de las copas,
y un maletín que guarda un instrumento,
velarán las horas en que la luz
conversa con la luna.

La arena de la playa será visitada
y el amor caminará descalzo
de la mano del fuego.
Con que intensidad fluirá la vida
presurosa entonces, con que frenesí
huirá el silencio en una noche loca.

Cuando llegue el ocaso,
cuando ardan los luceros de la tierra,
abriremos las ventanas
para cazar aromas,
pues en las noches de verano
los jazmines son mimosos
y el aire los acerca.
Serán horas distintas, diferentes,
el oasis de Junio,
un lugar en la memoria de las calles
que hoy se visten con telas suaves.

Llega el equinoccio y aún y así,
creo que es el otoño
el que viene a mi visitarme.
Se cuela bajo mis sandalias blancas,
crujiendo, como las hojas secas,
recordándome la soledad
de tiempos pasados,
los paseos por las horas desiertas,
y el tic tac de todos los relojes.

Que breve, que intrascendente,
que efímero, que pasajero me siento,
tan fugaz como una pira,
en la noche de San Juan,
tan intenso como un beso,
en la noche de San Juan…